VIVIR

VIVIR

Cuando superé mi primera depresión, allá por el año 2016, salí de ella con unas inconmensurables ganas de VIVIR. Así, con mayúsculas. Cuando sales del hoyo, del oscuro agujero donde has estado y al que has sobrevivido, el deseo de SABOREAR (sí, también en mayúsculas) la vida es de una intensidad difícil de explicar. Después de ver como todo se había desvanecido, la existencia vuelve a cobrar sentido, y las cosas más pequeñas, aquellas más simples y rutinarias, cobran gran magnificencia. Vuelves a sentirte viva, después de meses (a veces años) de auténtica muerte en vida. No estoy exagerando. Cuando tienes depresión es posiblemente esta expresión la que mejor se adapta al mero hecho de seguir vivo. En la depresión no hay color, ni sabor, ni sensación…solo un profundo y aniquilante dolor. Y miedo. Y ansiedad. Y no poder levantarse de la cama porque no eres capaz de enfrentar lo que supone hacerlo.

La depresión es una enfermedad que afectará casi a la mitad de la población alguna vez a lo largo de su vida. Pero no es vista como una enfermedad más. Y no porque no sea común, como arrojan a la luz los datos. La depresión es una enfermedad de la que avergonzarse. No solo eso. Casi es culpa de una tener depresión.

El estigma de esta enfermedad es fortísimo. Y una de las principales causas es el miedo y la vergüenza que genera hablar de ello. Si has tenido depresión parece que hayas fracasado. Parece que seas egoísta e incapaz de celebrar y apreciar lo que tienes. Pero, además, y aquí viene el gran tabú, la depresión es una enfermedad mental.

Si una cosa aprendí a raíz de mi primer trastorno fue la gran conexión que existe entre la mente y el cuerpo. De modo que, si la primera se encuentra afectada, esto tendrá evidentes consecuencias en el segundo. En mi caso, la ansiedad me hizo padecer unos fuertes dolores de estómago que me impedían comer, lo que, unido a una diarrea crónica, provocaron que perdiera mucho peso. Por primera vez era realmente muy delgada, como siempre había deseado, pero me asqueaba ver mi reflejo en el espejo. Esa delgadez era enfermiza, fruto de ese gran dolor y temor que me consumían… Mi cuerpo demacrado era el reflejo de mi mente enferma.

La mente es un concepto abstracto, algo que no podemos ni ver, ni tocar y que sin embargo existe. Y existe dentro de un órgano tangible: el cerebro.  Cuando un órgano no funciona correctamente es habitual que, gracias a los enormes avances en medicina del último siglo, se administren medicamentos que ayuden al buen hacer del mismo. Pero tomar medicamentos para un cerebro que no funciona bien y una mente que necesita ayuda para sanar, está terriblemente mal visto.

El estigma de la “locura” nos persigue, nos acecha. Todos la tememos. Perder el control, la razón… Yo sé muy bien lo que es eso, pues, en mi peor momento, realmente pensaba que me estaba volviendo completamente loca. Según mis médicos nada más lejos de la realidad, eran mi ansiedad y mi miedo los que hablaban, diciéndome que había perdido la cordura.

Nadie es inmune a la enfermedad mental. Nadie. Ni el éxito, la belleza, o el amor van a salvarte de ella si tienes que padecerla. Me llevó muchísimo tiempo aceptar todo lo que estoy explicando en estas líneas. Me sentía sola en el mundo, un bicho raro afectada por un raro mal y que encima tenía que tomar medicinas para poder afrontarlo, pues estaba tan estropeada que no podía hacerlo sola. ¿Qué cosa tan terrible ocurría conmigo? Como digo me costó mucho entender y aceptar que no había nada malo conmigo. Que no tenía NINGUNA culpa de lo que me estaba sucediendo. Igual que un enfermo de corazón o de hígado no tiene culpa ninguna de su dolencia y tiene que medicarse para curarse, así era yo inocente, y mi cerebro necesitaba medicarse para sanar mi mente.

Un año y algo después de superar la primera de mis crisis escuché al futbolista Andrés Iniesta hablando por la tele. No es que sea yo muy futbolera precisamente, la verdad es que no me interesa en absoluto el fútbol. Pero Iniesta no hablaba de fútbol en esa ocasión. Hablaba de cosas que resonaron muy dentro de mí. Habló del pánico, del miedo, del vacío. De un dolor tan profundo que te hace dejar de ser tú mismo y te lleva a pensar en soluciones extremas. Y de como gracias a la ayuda de una psicóloga y de medicación pudo salir de aquel agujero negro.

Si un futbolista de éxito como él, que aparentemente, “lo tiene todo”, cayó en la enfermedad mental, ¿puede existir alguien no susceptible de padecerla? Por no mencionar las cifras escalofriantes de suicidios, especialmente entre los jóvenes, que asolan España.

Luchar contra el estigma esta, en mano de todos nosotros. Ojalá algún día superemos todo ese pavor que causa hablar de las enfermedades mentales y entendamos que los que las viven son auténticos supervivientes que lidian con demonios terribles. Y que los profesionales y sustancias que las tratan son de tanta ayuda, tan necesaria y valiosa, como la de los que se dedican a otras áreas de la medicina. Porque no hay nada malo en estar enfermo y necesitar que te curen. Y poder, por fin, VIVIR.

* Os espero en mi próximo post…VER…Adelanto que estará dividido en dos capítulos 😊 ¡Hasta pronto!