LOS VALENCIANOS SON

LOS VALENCIANOS SON

A la hora de comer siempre vemos las noticias en la redacción. Ataviados con nuestras delicias plastificadas nos reunimos en una mesa redonda a deprimirnos con el telediario de turno. Durante los años que llevo aquí he tenido que asistir al bochornoso espectáculo diario de los casos de corrupción que se han ido destapando en el Gobierno Valenciano. Que si Fabra y su solitario aeropuerto, que si los trajes de Camps, Rita y sus bolsos, Rus y sus declaraciones, Castedo y su amigo Ortiz, etc… Avergonzada de estos fantoches que gobernaban en mi comunidad me iba hundiendo en la silla ante los gestos reprobatorios de mis compañeros.
Los españoles somos mucho de generalizar, a mal claro: los andaluces son, los vascos son, los manchegos son…Y los catalanes, que tanto “son” tienen que aguantar, no iban a ser menos. Así que en numerosas ocasiones he tenido que escuchar eso de: “De Valencia tenía que ser” o “si es que los valencianos.” A veces saltaba hecha una furia a defender mi tierra y sobre todo a sus gentes. Otras, vencida ya por los acontecimientos cada vez más insostenibles, callaba, otorgando razón con mi silencio.

Claro está que esta panda de vividores y mafiosos, anquilosados desde hace tanto en el poder, no representa al pueblo valenciano, o por lo menos a lo que yo conozco de él. Las gentes de la Comunidad Valenciana con las que trato son honradas, sencillas, trabajadoras. ¿De dónde, pues, viene ese voto perenne durante tanto tiempo? Una parte corresponde a esa (estoy convencida) minoría que son tan hampones y sibilinos como los propios políticos en cuestión. Otra, la mayoría, consecuencia de otro extenso Gobierno que arrastró a la Comunidad a la ruina, el del PSOE. Desencantada, la gente retiró en masa su voto a este partido para dárselo al PP, como ocurrió en tantos sitios de España, con la esperanza puesta en el teórico buen hacer económico de la derecha.
El resto es historia, y todos la conocéis. Dejando a un lado todas y variadas formas en las que estos gobernantes han expoliado y devaluado a la Comunidad Valenciana, está el fenómeno de la mala imagen que nos han dado por tanto tiempo. Si a los valencianos les roban sus gobernantes y les siguen votando, es que los valencianos son unos ladrones. Un razonamiento muy simple y por tanto muy extendido.

Pero ay amigos, las cosas iban a cambiar. En Semana Santa, allí en Alicante, asistí con mi inseparable consorte a una procesión. Como ya sabéis soy contraria a todas y cada una de las religiones, pero ver una manifestación flocklórica de esta índole me cautiva desde un punto de vista sociológico. Pero esa, es otra historia.
Como decía ahí estábamos, viendo la procesión, cuando para nuestra sorpresa, identifico a Sonia Castedo vestida de costalera. Aunque ella no cargaba con el paso ni por asomo. Se dedicaba a ir delante tocando una campana (¿?). Estábamos comentándolo, cuando una señora a mi lado me espetó:
– Sí, sí, es la “lladra”.
Ya en casa explicamos la anécdota a la familia, lo que originó un intenso debate que ocupó casi toda la comida, paella en mesa. El tema de discusión era si la gente tiene el gobierno que se merece. ¿Podía ser eso cierto? ¿Eran estos granujas los políticos que los valencianos querían como representantes? ¿Se sentían identificados con ellos? Solo las próximas elecciones podrían arrojar algo de luz sobre tan controvertido asunto.

El día 25 de mayo miré en el metro los resultados electorales en las distintas comunidades, fundamentalmente en la que vivo y de la que pertenezco. En Catalunya CIU, casi por tradición, volvía a vencer en la Generalitat. Pero en Barcelona ocurría un hito histórico. Ada Colau echaba a un lado a los partidos típicos. Y en mi amada Comunidad Valenciana el trono de hierro del PP se hacía añicos. Como en tantos otros lugares del país, los votantes, hartos de las pútridas estructuras clásicas, se habían decantado por las formaciones populares, que claman por los intereses del pueblo. Divididos en muchos pequeñitos, los votos superaban en número a los de los habituales. Y por fin estuve de acuerdo con Rita en algo: “Vaya hostia, vaya hostia.”

A la hora de comer de aquél día entré en la sala de la televisión con la cabeza bien alta. En las noticias resonaba una y otra vez el batacazo del PP en Valencia. Mis compañeros mudos a bocados, asentían con la cabeza. Y aunque  las generalizaciones me parecen injustas, en ese momento decidí darme el lujo de la soberbia, y exclamé:
– Los valencianos son unos valientes.